«Yo no odio el fútbol; odio a los fanáticos»:
a propósito del mundial de Catar
Carlos Mario Garcés Toro
Según algunos especialistas y comentaristas deportivos, que llevan más de cuarenta años asistiendo a mundiales de fútbol, el de Catar ha sido el más organizado en todos los aspectos, desde el alojamiento en los hoteles, la alimentación, el desplazamiento, el ingreso a los estadios y toda la tecnología de punta aplicada a las telecomunicaciones.
Entre las curiosidades, que encontramos en este mundial, se destaca el hecho de que este campeonato es el más costoso en la historia con una inversión de 220 mil millones de dólares, se construyeron siete megaestadios (en su construcción murieron más de cincuenta obreros y otros quinientos más quedaron heridos, la mayoría de ellos de origen africano). De los estadios, uno puede ser desmontado y llevado a cualquier lugar del mundo para ser nuevamente instalado. El Emir de Catar pagó una gran multa, que no debe ser monedas de alcancía, a la cervecera Budweiser para que no se vendiera cerveza en los estadios. El Emir de Arabia también le obsequió un automóvil de 500 000 dólares a cada uno de los jugadores de su selección por haber vencido a su similar de Argentina. El destape de la rubia inglesa, que se subió la blusa hasta el cuello, y mostró sus senos en las escaleras eléctricas de un centro comercial y fue a parar a la cárcel.
Pero, dejando de lado las curiosidades pasajeras y entrando en materia con el fútbol y sus diversos enfoques, podemos decir que el fútbol ha sido, para muchos de nosotros, una diversión, una emoción, un deporte en el que encontramos patrones de inteligencia, táctica, esfuerzo y superación personal y colectiva. El fútbol, bien empleado, puede llevar a niveles asertivos de comunicación y aceptación entre las personas, ya que es un lenguaje universal en donde se encuentran el dialogo, la escucha, la alegría, el humor y esa dicha inexplicable que se traduce en una metáfora de la vida.
Pero mal empleado puede convertirse en lo que se viene convirtiendo: en una religión, en una teología, en una filosofía de vida. Basta con escuchar a los comentaristas de fútbol, que parecen haber asumido el rol de predicadores, de profetas, de vaticinadores con su lenguaje, con su dialecto, con su jerga de palabra de Dios cargada de esquemas, de variables, de posicionamientos tácticos, de desdoblamientos al ataque, de transiciones rápidas y lentas, tanto ofensivas como defensivas en el área respectiva, de un marco circunstancial de juego, de un método racional en el libreto que permite la proyección de los aleros en una dimensión de espacio y tiempo a través del pressing o la triangulación de la pelota para dejar libres a los dos volantes de primera línea y que estos, en una ulterior jugada, puedan crear espacios abiertos que lleven, finalmente, a un trabajo en equipo.
¡Dios mío! ¡Si analizaran así la vida serían genios! Han mercantilizado el fútbol. Este deporte pasó a ser un sistema de control en donde la FIFA parece más bien el Vaticano; Messi, el Papa de turno; las otras estrellas, los cardenales; y los demás jugadores, los clérigos del mundo que exhortan con sus jugadas, que se ven a través de miles de televisores. En el mundo hay más televisores que libros. No es gratuito que en Argentina exista, con su propia jerarquía, la iglesia Maradonista, que tiene al Diego como a su dios y donde las parejas se casan por este culto y donde el pastel de bodas es una redonda, boludo.
Borges decía que «el fútbol es popular porque la estupidez es popular». No estoy totalmente de acuerdo con esta frase, y más bien manifestaría que el fútbol es maravilloso, pero lo vienen banalizando. Algo similar manifestó Humberto Eco cuando dijo que «yo no odio el fútbol; odio a los fanáticos». Y, precisamente, la etimología de fanático significa: el que ha perdido el juicio, el que ha perdido la razón. Imaginemos un escenario propicio para el fanatismo en el que los musulmanes fundamentalistas se han tomado el mundo y han prohibido el fútbol. Quizás hubiese unas nuevas cruzadas, no por recuperar las tierras santas y los derechos civiles, sino por recuperar la religión del balón.
En los días del mundial causó sorpresa la frase que pronunció Messi: «¿Qué mirás, bobo?». La cual se hizo viral en las redes. Las personas la comentaban, incluso mucha gente se la mandó a tatuar junto con el rostro de Messi y un balón. Hoy esa frase, que para muchos es profundísima, es más conocida en toda la tierra que la frase de Sócrates: «Conócete a ti mismo y conocerás el universo». Frase que, puedo apostar, nadie se ha hecho tatuar en el cuerpo. Dándole otro contexto a la frase de Messi: «Este mundo se embobó».